jueves, 10 de enero de 2008

Huir de los problemas no sirve de nada, ¿seguro?

Ideas que alguna vez has llegado a creerte. (Es un buen momento para revisarlas).

Hola soy Duncan. Hace más de tres años John Smith entró por primera vez en mi consulta de avenue street en Nueva York. Llevaba más de tres años de terapia con varios psicólogos de Fool street y se sentía tan desgraciado como al principio. Durante la primera sesión John hizo un repaso bastante extenso de los problemas que constantemente le enfrentaban a su mujer. Ella no aprobaba nada de lo que él hacía. Si llegaba tarde de trabajar le echaba en cara que ella era ala que tenía que llevar la casa y le hacía sentir culpable por descuidar su vida sentimental. Si llegaba pronto le reprochaba su falta de ambición profesional, recordándole que nunca llegaría a ascender con esa actitud pusilánime.
John se sentía tan desgraciado que había pensado en la posibilidad de separarse de su mujer, salir corriendo y montar un restaurante junto a la costa lejos de su vida actual.
Todos los psicólogos que John había visitado durante los últimos años habían insistido en que huir del problema no resolvería nada. Debía enfrentarse al problema y resolverlo con su esposa en su ciudad. Si no, el problema le seguiría por siempre allí donde fuera.

Cuando John terminó su relato le miré con firmeza indicándole que vaciara sus bolsillos sobre la mesa de caoba de mi escritorio: una cartera, un pañuelo, teléfono móvil, llaves de coche, llaves de casa, una pequeña agenda donde apuntaba los proyectos nuevos del día, dos bolígrafos, la funda de las gafas. Lentamente di la vuelta a la mesa saqué todo el dinero que llevaba en la cartera manteniéndolo en alto con la mano izquierda. Con la mano derecha agarré las llaves del coche y las sostuve un instante frente a su cara.
- Esto es todo lo que necesitas para solucionar tu problema, - le informé. - Coge el dinero, súbete al coche y conduce hasta la costa.
- Pero los problemas me seguirán allí donde vaya,- protestó John.
- ¿Tu mujer tiene coche?- Pregunté mirando fijamente su cara de esperanza.
- No, no tiene. –
- ¿Sabe donde vas? – Insistí.
Él negó con la cabeza.
- Pues entonces no pierdas más tiempo y corre. -

Un año después encontré a John en el paseo marítimo de un pueblo de la costa este. Había montado un restaurante de ostras y era extraordinariamente feliz. Le felicité.
Dos años después una intoxicación por ostras arruinó su negocio. 150 personas reclamaban una indemnzación. Cuando los acreedores fueron en su busca, John ya había cogido el dinero suelto de su cartera, las llaves del coche… Y había desaparecido tras la frontera de México.

Importante recordar en este capítulo:

- Los problemas no siempre le seguirán allí donde vaya.
- Cómprese un coche.
- No coma ostras.

¡Eres la leche!

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